El Gran Presidente, Quien se sienta en la Cámara del Concilio del Señor, habló al Maestro que permanecía a su lado: «¿Dónde está el hijo del hombre que es el hijo de Dios? ¿Cómo se comporta? ¿Cómo es puesto a prueba y con qué servicio está ahora comprometido?”.
Delante del cuarto gran Portal permanecía Hércules; un hijo del hombre y, no obstante un hijo de Dios. Al principio había profundo silencio. Él no pronunció palabra ni emitió ningún sonido. Más allá del Portal el paisaje se extendía en contornos despejados, y en el horizonte lejano se levantaba el templo del Señor, el santuario del Dios-Sol, las murallas almenadas fulgurantes. Sobre una colina cercana estaba parado un esbelto cervatillo. Y Hércules, que es un hijo de hombre y no obstante un hijo de Dios, miró y escuchó y, escuchando, oyó una voz. La voz salía de ese brillante círculo de la luna que es el hogar de Arternisa. Y Artemisa, el hada, habló palabras de advertencia al hijo del hombre.
Entonces, surgió Diana, la cazadora de los cielos, la hija del sol. Saltando hacia la cierva con sus pies calzados con sandalias, ella también reclamó la posesión.
Hércules de pie entre los pilares del Portal, escuchó y oyó la querella y mucho se asombraba mientras las dos doncellas disputaban por la posesión de la cierva.
Otra voz llegó a su oído, y con dominante acento dijo:
A través del cuarto Portal salió Hércules, dejando detrás los muchos dones recibidos para que no lo molestaran en la veloz persecución que tenía por delante. Y desde cierta distancia las pendencieras doncellas observaban. Artemisa, el hada, inclinándose desde la luna y Diana, hermosa cazadora de los bosques de Dios, seguían los movimientos de la cierva y, cuando la causa esperada surgía, cada una de ellas engañaba a Hércules, buscando frustrar sus esfuerzos. Él perseguía a la cierva de un punto a otro y cada una de ellas con sutileza le engañaba. Y esto hicieron una y otra vez.
Así, por espacio de todo un año, el hijo del hombre que es un hijo de Dios, siguió a la cierva de lugar en lugar, atrapando ligeros reflejos de su forma, sólo para encontrar que en la espesura de los bosques profundos la había perdido. De colina en colina y de bosque en bosque, la persiguió hasta muy cerca de un tranquilo estanque donde, de cuerpo entero, sobre la hierba no hollada, la vio durmiendo, cansada de su carrera.
Con paso silencioso, extendida mano y ojo inmutable, él disparó una flecha hacia la gama y la hirió en su pata. Estimulando toda la voluntad de la que estaba poseído, se acercó más, y no obstante la cierva no se movió. Así se adelantó más cerca, y ciñó a la cierva en sus brazos, cerca de su corazón. Y Artemisa y la bella Diana eran espectadoras.
Entonces Hércules cargó la gama hasta el sagrado santuario de Micenas llevándola hasta el centro del lugar sagrado y allí la dejó. Y cuando la colocaba delante del Señor, reparó en la herida de su pata, producida por una flecha del arco que él había tendido y usado. La gama era suya por derecho de la búsqueda. La gama era suya por derecho de la destreza y la proeza de su brazo. «La cierva es, por lo tanto, doblemente mía”, dijo él.
Pero Artemisa, situándose dentro del atrio de ese lugar muy sagrado, oyó su fuerte grito de victoria y dijo:
El Dios Sol habló desde el lugar sagrado.
Por un breve momento entró al santuario la cazadora del Señor y vio la forma de lo que era la gama, yaciendo delante del altar, en apariencia muerta. Y con pena dijo:
Y Hércules, volviendo de la prueba, pasó nuevamente a través del Portal y encontró su camino, de regreso al Maestro de su vida.
«Ve a mirar nuevamente ¡Oh, Hércules!, hijo mío, entre los pilares del Portal». Y Hércules obedeció. Más allá del Portal, el paisaje se extendía en claros contornos y en el horizonte lejano se erguía el templo del Señor, el santuario del Dios-Sol, con brillantes murallas almenadas, mientras que en una colina cercana se erguía un esbelto cervatillo.
Y desde la Cámara del Concilio del Señor, donde se sienta el Gran Presidente, llegó una voz:
Entonces dijo el Maestro al hijo del hombre que es un hijo de Dios: «El cuarto trabajo ha terminado, y por la naturaleza de la prueba y por la naturaleza de la gama, la búsqueda debe ser frecuente. No olvides esto, sino que reflexiona acerca de la lección aprendida».
El tibetano
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