Los cinco trabajos anteriores (Aries, Tauro, Géminis, Cáncer y Leo) pueden considerarse como la etapa recorrida por el aspirante espiritual. En la andadura por el sendero probatorio, Hércules, el novício, ha sido preparado para el nuevo sendero del discipulado.

Ahora el discípulo está preparado para la revelación progresiva de su aspecto crístico. La personalidad o la materia van a estar subordinadas a los usos del alma.

El aspecto forma va a ser considerado simplemente como la madre del Cristo Niño, o dicho de otra manera, el discípulo aprecia que toda forma reviste un aspecto divino. Por tanto, a través de la forma, es decir, a través de la Madre podrá alcanzar primero al Hijo y posteriormente al Padre.

Esta nueva andadura se inicia en Virgo, el primero de los signos del discípulo, signo del pesebre, y finalizará en Capricornio, signo del nacimiento de todos los dioses del Sol. A lo largo de esta andadura, Hércules, el discípulo, tendrá que demostrar que puede trascender la ilusión que impone la materia sobre el espíritu.

En este nuevo sendero del discipulado, Hércules fracasa inicialmente en este trabajo de Virgo, de la misma forma que fracasó parcialmente en el primer trabajo del sendero probatorio en Aries, destacando que en ambos casos el trabajo lo desempeñó con sus opuestos polares, mujeres.

También habría que señalar que a Hércules, a diferencia de todos los trabajos anteriores, en Virgo no se le indica expresamente la naturaleza de su tarea. Anteriormente, las pruebas consistieron en capturar, dominar, atrapar, capturar y matar. Estos trabajos le furon indicados explícitamente.

En Virgo se espera que el discípulo intuya la naturaleza de la prueba antes que superarla. Hércules no se deja guiar por su aspecto superior y por ello fracasa.

El desenlace del mito puede analizarse desde diferentes ópticas.

Hipólita, la reina de las amazonas debía de entregar a Hércules el cinturón sagrado, símbolo de de la unión y el amor. En principio, como toda entrega incondicional, podría asemejar un acto de amor, pero Hipólita, aunque en un principio duda de entregarlo, realmente está dispuesto a entregarlo sólo por obediencia, por una decisión mental que no procede del corazón. Su posterior muerte a manos de

Hércules viene a representar que el amor vivido como complemento de la personalidad, fruto del deseo o de la necesidad, es transitorio y que, por el contrario, sólo el amor que es vivido interiormente como una unión con el Todo es imperecedero.

Se nos dice en el mito que la comunidad de mujeres guerreras visitaban una vez al año al poblado de los hombres para ser fecundadas. Ésta es también una relación utilitaria, carente de verdadero amor y por ello, tras la muerte de la reina, son abocadas a la pérdida y el abandono. Cuántas veces vemos vínculos fruto únicamente del deseo y de la necesidad que derivan poco a poco en vidas de soledad y sufrimiento.

Por otra parte, Hércules afronta la prueba provisto únicamente de su instinto, sin escuchar, sin atender a quién le está próximo y querido, con total inconsciencia de sí mismo y, de esta manera, sacrifica a aquella que le ofrece lo que está buscando. Habitualmente comprobamos que la resolución de las circunstancias personales desde los nuestros centros inferiores no únicamente no las diluyen, sino que por el contrario las complican y agrandan. La mera preparación mental y las grandes dosis de aspiración espiritual con las que habitualmente afrontamos nuestras pruebas son absolutamente insuficientes para hollar el camino. Si nuestros pasos no se originan desde la revelación progresiva de nuestro corazón no avanzaremos un milímetro.

En el mito, Hipólita simboliza la polaridad femenina, la madre, la hermana, la esposa o compañera y la hija. Desde la inconsciencia, Hércules no comprende que el cinturón, es decir, la unión o el amor, no puede conquistarse o arrebatarse. Tan sólo integrando su polaridad opuesta, la femenina, hubiera conseguido y superado adecuadamente la prueba. Todo discípulo ha de superar los antagonismos de sus planos inferiores, dado que éstos tan sólo conducen a la separatividad y al desamor, como experimentan los actores del mito.

De nada sirve el repetirnos una y otra vez que debemos amar, o el autoengañarnos constantemente en afirmaciones de carácter mental como “amo a tal, amo a cual, etc”. El amor al que nos referimos sólo tiene lugar si previamente experimentamos en nosotros mismos la unidad con todos y con todo. Entonces el amor no requiere afirmarlo ni invocarlo, fluye por sí mismo, sin proponernoslo. Si sentimos que el “otro” no es otro que nosotros mismos, no tenemos ninguna necesidad de proponernos amarlo porque… ya lo estamos amando¡

Este sexto trabajo es, hasta ahora, la apuesta más explícita por el Agni Yoga o Yoga de Síntesis, de cómo únicamente el camino a través de la integración de los pares de opuestos conduce a la Verdad en la Vida.

Por otro lado, también es importante resaltar que el mito nos recuerda que muchas veces nos adherimos con pasión a causas y motivaciones externas y que, como Hércules, rechazamos nuestros deberes familiares y responsabilidades sociales negando aquello que no es más próximo y con los que mantenemos kármicamente más estrechos lazos. El verdadero amor exige en todo inclusión y no exclusión.

En la asimilación de nuestras polaridades puede resultarnos útil comprobar que las cualidades negativas de una polaridad pueden superarse mediante el desarrollo de las cualidades positivas de la polaridad contraria:

Por último, el mito cuenta que Hércules después del fracaso compensó el error rescatando a una mujer de una muerte segura. De esta forma redime el quebranto de una vida salvando otra, es decir equilibra una acción incorrecta con su opuesta correcta.

El trabajo en Virgo nos invita acultivar la tolerancia, la compasión y la caridad, virtudes que permitirán que progresivamente seamos más inclusivos y experimentemos el amor de síntesis.

Betania
2014