En el noveno trabajo se le encomienda a Hércules la tarea de ahuyentar unos pájaros antropófagos que se escondían en un fétido pantano. La cantidad y la actividad de estos pájaros además asolaban la región porque impedían el paso de la luz solar.

Nada más aproximarse, Hércules es acechado por los tres pájaros más ostensibles del grupo. Éste se defiende con su garrote evitando tan sólo que su ataque fuera a más. Con flechas abate unos pocos, pero son tantos los pájaros que resulta una solución inútil

Sirviéndose de unos címbalos que batiéndolos emitían un sonido sobrenatural e insoportable, consigue ahuyentar a los pájaros, finalizando exitosamente su tarea.

Como en el trabajo previo en Escorpio, Hércules inicia de nuevo su trabajo en un fétido pantano, pero en esta ocasión el discípulo ya ha demostrado que puede vencer la ilusión de los sentidos y evitar por ello su atrayente magnetismo. Ahora el discípulo ve directamente la meta del trabajo.
Las aves devoradoras de hombres que estaban ocultas en la maleza del pantano simbolizan al conjunto de todos nuestros hábitos y vicios mentales que asolan nuestras vidas o que impiden ver el verdadero trabajo a realizar. Como las aves ocultas, no somos conscientes de la fuerza y del impacto que generan nuestros pensamientos y palabras sobre nuestras vidas y sobre el ambiente. Se ha dicho ya inumerables veces: “la energía sigue al pensamiento”.

La repetición de esos pensamientos y palabras por la humanidad ha generado desde el origen del hombre, allá por la raza Lemur, los llamados egregores. Los egregores son pues, formas psíquicas creadas por la humanidad a través del tiempo. Las aves del mito radicaban en las aguas del pantano, señalándonos que estos egregores pueden tener una naturaleza kama-manásica, es decir que los egregores son una mezcla de deseo y de forma psíquica.

Desde el momento que en un grupo de personas enfoca su atención de manera repetitiva hacia un punto determinado está generando un egregor. Los egregores influyen en nosotros a través del campo etérico y están allí como un fruto kármico que poco a poco deberemos ir diluyendo.

Por ello, cuando hablemos de karma habremos de recordar que en esencia, nosotros somos los verdaderos creadores de nuestro destino, por cuanto somos los responsables de la repetición inconsciente de formas psíquicas que determinan gran parte de lo que nos acontece a través de los egregores.

De esta forma, una acumulación de pensamientos negativos de determinado orden puede ser el origen de determinadas enfermedades pudiendo llegar a afectar a la humanidad en su conjunto, como es por ejemplo el caso del cáncer.

Un egregor no tiene por qué ser fundamentalmente negativo, podemos generar también egregores que sean positivos para el bien de la humanidad, como es el caso de algunos ya creados por las religiones, por las escuelas esotéricas, por las sociedades secretas, grupos espirituales, etc.

Pero ya sean buenos o malos, en todo caso estos egregores o formas psíquicas obstruyen nuestra visión de la Luz, como las aves de Estinfale en el mito de Hércules.

Los egregores no pueden vencerse con los instrumentos de la personalidad, como le sucede en el mito a Hércules con el garrote, no tenemos posibilidad alguna. Resulta inútil desprenderse de alguno de ellos como Hércules cuando lanza las flechas a las aves. Si realmente deseamos liberarnos como afirmaría Krishnamurti, hemos de elevarnos a un plano superior, como aconseja el Maestro en el mito “La llama que brilla más allá de la mente revela la dirección segura”.

Nos elevamos de la misma forma que nos muestra el símbolo de Sagitario, apuntando a metas indefinidas, como cuando con nuestra personalidad aspiramos sin más unirnos a nuestra naturaleza divina, apuntando hacia una senda de Luz que conduce a lo eterno. La aspiración es la fuerza con que Sagitario lanza la flecha que simboliza el antakarana surgiendo de la mente inferior tras la búsqueda de la mente superior.
Es lo que simbolizan los címbalos que hace resonar Hércules. Un platillo representa a la personalidad y el otro a nuestro Yo Superior. Además, ambos platillos están unidos por una cuerda de cuero que simboliza el antakarana. La voluntad del discípulo consigue que al unirse espíritu y forma, libere el sonido en el cuerpo etérico, la chispa que nos orienta hacia la Luz, disgregando así a los elementales de los egregores que condicionan nuestras vidas.

Sagitario es conocido como el signo del silencio. La práctica de la atención en nuestra vida cotidiana es el resonar de los címbalos que evitan la generación de los egregores más habituales, como son: la maledicencia o crítica hacia otras personas, nuestras conversaciones egocentradas, la carencia de empatía, la incapacidad de escucha, las actitudes y reacciones automáticas o nuestros comportamientos gregarios.

Esta práctica de la atención nos permitirá ahuyentar a los egregores en dos fases: en una primera vislumbramos los egregores inferiores o superiores, individuales o colectivos, positivos o negativos, que nos determinan y, en una segunda fase, desde ese silencio, seleccionaremos la actitud correcta ante la circunstancia dada.

A través del trabajo de Hércules en Sagitario comprendemos que para acceder al quinto reino de la naturaleza el díscípulo ha de restringir la palabra y controlar el pensamiento.

Alma Betania