Si hubiésemos de atenernos a la letra del relato, fácil fuera poner reparos de verosimilitud, unidad de acción y circunstancias de lugar y tiempo. La realidad, según convencionalmente la entendemos, se quiebra en muchos puntos del épico argumento; pero sobre la letra que mata prevalece el vivificante espíritu, la verdadera realidad encubierta con el espléndido ropaje de las alegorías, símbolos, mitos, fábulas e imaginativas figuras que con magnífica opulencia enriquecen las literaturas orientales.
Para documentar esta afirmación transcribiremos algunos juicios de comentadores tan notables como Brehon, Judge y Subba Row, que han sido compilados por nuestro erudito compatriota el señor Roviralta Borrell, a cuyas citas nos referimos.
Dice Brehon, que quien estudie atentamente el Bhagavad Gita, pronto echará de ver el íntimo sentido oculto a manera de substrátum en el fondo del poema y que sólo se vislumbra a través del simple significado de las palabras.
Según W. Q. Judge, el Bhagavad Gita puede interpretarse con siete claves distintas por lo menos, pudiendo referirse a la evolución del hombre, del universo, del mundo astral, a las jerarquías de la Naturaleza, al carácter moral, etcétera. La interpretación generalmente admitida bajo la referencia del poema a la evolución individual, es que el rey Dhritharashtra simboliza el cuerpo humano en que para proseguir su evolución se reencarna el espíritu estimulado por el deseo de vida y compelido por la ley kármica.
La ceguera nativa del rey da a entender que el cuerpo sin espíritu vivificador es materia insensible, y, por lo tanto, incapaz de gobernar; y así, el autor del Mahabharata, pone en manos de Pandu la regencia del reino de Hastinapura, siendo rey tan sólo de nombre Dhritharashtra o el cuerpo físico.
Por otra parte, los Kuravas simbolizan el yo inferior, los elementos ya pasionales, ya tenebrosos del individuo, el aspecto material de nuestro ser, mientras que los Pandavas sintetizados en Arjuna, simbolizan el Yo superior, los elementos armónicos y puramente espirituales del individuo.
El sabio brahmán Subba Row, entiende que Arjuna simboliza la mónada humana, el hombre en su más elevada realidad, y que en Krishna debe reconocerse la encarnación de la Divinidad, el Logos hecho carne para aleccionar al hombre. La batalla de Kurukshetra simboliza el porfiado combatir entre las potencias que propenden a esclavizarnos en la materia y las que nos impelen al logro de la iluminación espiritual simbolizada en el trono de Hastinapura; los Kuravas, o sea el yo inferior personificado en Duryodhana, prevalecen temporalmente en la soberanía del reino, entretanto quedan en apartamiento y destierro los Pandavas, esto es, los elementos espirituales de la naturaleza humana.
El desaliento de Arjuna y su desmayo en combatir a gentes de su propia sangre y parentesco, simboliza el disgusto que el hombre siente al disponerse a luchar contra las pasiones y vicios que son parte de su naturaleza, aunque en inferior e innoble aspecto. También se da a entender con ello, que cuando el hombre se halla en el dintel del conocimiento espiritual, es precisamente cuando desfallece con riesgo de que le venzan sus implacables enemigos, y que en semejantes circunstancias la victoria o la derrota dependen del efecto producido por las exhortaciones del Logos que en nuestro interior deja oir el elocuente silencio de su voz.
Interpretando el poema con referencia a la evolución cósmica, dice Subba Row que en el Bhagavad Gita se simbolizan los seres, fuerzas, planos y planetas del Universo con los más elevados principios que solidariamente actúan en el sistema solar. Así, cada jefe, cada carro, cada guerrero y aun los mismos arcos y flechas e instrumentos bélicos tienen en el poema un significado simbólico, cuya acertada interpretación requiere dilatados y profundísimos estudios.
Aunque en términos de comparación incalculablemente más elevados con respecto al Bhagavad Gita, produce la lectura de este Canto efectos análogos a la audición de la música de Wagner. El que la oye sin la conveniente preparación, es incapaz de escuchar sus bellezas y tan sólo percibe en son confuso lo que le parecen chillidos de la cuerda, estrépitos del metal y aspereza de la madera, sin poder estimar el justo valor de cada nota en la armónica y grandiosa orquestación. De la propia suerte, a quien leyere inatentamente el Bhagavad Gita con la ilusoria esperanza de hallar en él vulgarísimas amenidades de primera impresión, le parecerán sin duda fatigosas repeticiones las oportunas insistencias sobre una misma idea, tomará por extravagancia el simbolismo, y sin duda no sabrá medir exactamente el paso que separa lo ridículo de lo sublime.
Es preciso leerlo una y otra vez con reflexión y detenimiento, seguros de ir descubriendo en cada lectura nuevas bellezas de las muchas que resplandecen bajo la aparente fantasía de los símbolos y de las ficciones.
Annie Besant
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