«Diez, doce años atrás, hice un descubrimiento que trastrocó y revolucionó mi vida, convirtiéndome en un hombre nuevo.
Descubrí una fórmula que permite ser feliz por el resto de la vida,   que permite disfrutar de cada minuto de la vida.

Redescubrí la vida.

Al escuchar esto, alguien podrá asombrarse y preguntarme:
¿Cómo se enteró sólo diez o doce años atrás?
¿No ha leído usted los Evangelios?

¡Por supuesto que leí los Evangelios! ¡Pero no la había visto!

La fórmula estaba allí, en los Evangelios, pero yo no la había comprendido.

Más tarde, cuando ya la había descubierto, la hallé en los textos sagrados de las principales religiones y me asombré: la había leído y no la había visto, no la había comprendido.

Ojalá la hubiera descubierto cuando era más joven.

¡Qué diferente habría sido todo!

¿Cuánto tiempo me llevará transmitir a otros esa fórmula?

¿Todo un día?

Voy a ser honesto: sólo un par de minutos.

No creo que requiera más de dos minutos transmitirla.

Captarla o comprenderla llevaría… ¿veinte años?, ¿quince años?, ¿Diez años?, ¿diez minutos?, ¿un día?, ¿tres días?

¡Quién sabe! Eso depende de cada uno.

La capacidad de escuchar

Es necesaria una cualidad para captar aquello que yo descubrí de repente diez años atrás y que revolucionó mi vida: la cualidad de escuchar, de comprender, de «ver».

Creo que, si mil personas me oyen y una escucha, si mil me leen y una ve, es un promedio bastante bueno.

¿Es difícil comprender la fórmula?

Es tan sencilla que puede comprenderla un niño de siete años.

¿No es asombroso?

En realidad, cuando pienso en eso hoy, me pregunto: ¿Por qué no la comprendí antes?

No lo sé.

No sé por qué no la comprendí antes.

Pero así fue.

Puede ser que cualquiera esté en condiciones de comprenderla hoy, aunque sea en parte.

¿Qué se necesita para comprenderla?

Una sola cosa: la capacidad de escuchar.

Eso es todo.

¿Eres capaz de escuchar?

Si lo eres, podrás comprenderla.»

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