Conviene enfocar el trabajo en busca de los medios de actuación sobre las causas de nuestros estados negativos.
El primer paso en esta dirección, paso fundamental, es el comprender que el problema reside en nuestra reacción a las situaciones.
Nosotros creemos siempre que el problema consiste en que la situación externa es muy distinta a la que nos sería favorable o conveniente.
Estamos convencidos de que tenemos el problema debido a… (la situación X); quizá se trata de un problema económico, o de salud, o social, o familiar, o de lo que sea. En la medida en que yo crea que mi problema, que mi inseguridad, mi angustia, mi tensión o mi depresión, son consecuencia de la situación exterior, yo no podré resolver el problema.
Es cierto que existen unas situaciones externas que despiertan en mí el conflicto; pero mirándolo con más exigencia veremos que este factor externo es problema según como yo lo valoro y lo vivo, lo es en la medida en que yo reacciono ante él de una manera determinada. Nunca es la situación exterior en sí la que provoca mi estado negativo interior, sino el modo en que vivo la situación, según sea mi reacción ante ella.
En el trabajo interno es necesario darnos cuenta de que no nos enfrentamos realmente con problemas exteriores sino con problemas que del exterior se han instalado en el interior.
Hay una parte de mi mente que registra las cosas externas y es con esta parte de la mente con la que yo tengo el conflicto. No es con el exterior en sí mismo, no es con la persona A (o B, o C) en sí misma; es con mi imagen mental, con la valoración y significación que para mí tiene esa imagen, de la persona o la situación.
¿Cómo puedo yo influir en el problema? Si creo que el problema se resolverá sólo si la otra persona o la situación exterior cambian, estoy en un camino equivocado. Y esto es lo más frecuente; estamos tan hipnotizados con las imágenes y situaciones que percibimos del exterior, que creemos que solamente el cambio de las circunstancias externas podría ser la solución efectiva.
No podemos cambiar el modo de ser de los demás
Todo problema presenta dos polos: el otro (o lo otro) y yo. Y al otro, yo no puedo modificarlo en sí mismo; ésta es una pretensión que debo alejar de mí. Porque la experiencia enseña que no se puede cambiar a las personas, que uno no puede hacer que los demás sean del modo que uno cree que deberían ser. Es imposible. Pero a pesar de esta imposibilidad de hecho yo puedo modificar este factor del problema; pero no en su aspecto objetivo exterior sino en el registro que yo tengo en mí de la persona o situación. Porque el problema depende de mi valoración. Cuanto más yo esté exigiendo a una persona o situación que sean de un modo determinado, más problema tendré si no son de ese modo. Pero si yo puedo modificar mi exigencia, o mi modo de ver o valorar a la persona o a la situación, entonces el factor problema se modificará. No cambiará la persona, pero cambiará mi visión de la persona, cambiará mi valoración del factor externo del problema.
Es necesario que yo aprenda a vivir con las personas y en todas las situaciones sin estar pendiente de que se ajusten a un modelo, sin pedir que sean de un modo o de otro.
En la medida en que yo concedo en mi interior mayor libertad al modo de ser y de hacer del otro, en la medida en que yo no le impongo un reglamento o un modo particular de ser o un molde de mi gusto, en esa misma medida esta persona irá aflojando en su papel de oposición y de conflicto. Las personas son como son; las circunstancias son como son.
Una de dos: o yo puedo aceptar o no puedo aceptar a las personas tal como son. Si puedo aceptarlas, he de hacerlo sin más (y eso no implica que me parezca bien lo que creo que está mal); y si no puedo aceptarlas, he de hacer lo posible para cambiar o bien alejarme de la persona.
Lo que no se puede hacer es estar rechazando a la persona pero tratar de vivir como si se aceptara a la persona; porque eso está creando un conflicto permanente. Si yo me decido a aceptar plenamente el derecho del otro a vivir como puede o como sabe y no trato de imponerle un modelo, gran parte del problema se afloja, y en algunas ocasiones el problema entero se disuelve.
Muchos problemas existen porque yo estoy criticando o protestando constantemente por el modo de ser de la otra persona. Es posible que la protesta esté justificada, es posible que la otra persona esté haciendo cosas desagradables, perjudiciales o molestas. Pero es evidente que yo sólo tengo dos opciones: o acepto a la persona o me alejo de la persona; si nopuedo alejarme no tengo otra opción que aceptarla. Pero lo que no se puede hacer es permanecer y rechazar.
Muchas veces el otro es problema porque yo soy débil; porque yo no vivo mi propia fuerza, mi propio equilibrio, mi propia paz; y estoy esperando que el otro contribuya a mi equilibrio, a mi energía, a mi satisfacción y bienestar. Y cuando el otro no satisface este deseo, esta esperanza, entonces se convierte para mí en una persona irritante, desagradable y estoy en constante protesta contra ella.
Todo esto lo mismo es aplicable a personas que a situaciones. Gran parte de estos problemas dependen de que nosotros nos sentimos débiles, insatisfechos, y deseamos sentirnos fuertes y dichosos; y nos apoyamos en la otra persona, o en una situación o unas circunstancias determinadas. Pero el caso es que si la otra persona se adaptara de un modo mágico a mis deseos, esto tampoco me produciría la felicidad; me aportaría una satisfacción pasajera, pero a la larga se convertiría en un malestar, porque no me desarrollaría, no me fortalecería, no me permitiría crecer.
La base de mi seguridad está en mí
Yo he de aprender a descubrir la vida que yo soy, hede aprender a actualizar en mi interior mi propia energía, que es la base de mi seguridad y de mi noción de realidad. He de desarrollar mi capacidad de amar, no de ser amado. He de desarrollar la capacidad de comprender las cosas objetivamente y con amplitud, y no de un modo tendencioso e infantil. Y eso lo he de desarrollar por mí mismo y en mí mismo; eso no puedo recibirlo del exterior. En cambio, yo estoy constantemente buscando que los demás me den seguridad, satisfacción, me den todo lo que deseo. Pero nada puede sustituir a la necesidad fundamental de vivir y crecer por uno mismo. Sólo en la medida en que yo viva y desarrolle mi propia energía, mi propia capacidad de amar, mi propia capacidad de ver, de comprender, de discernir, sólo en esta medida yo alcanzaré una plenitud interior. Nunca alcanzaré la felicidad y la plenitud por el modo de ser de los demás o por las circunstancias favorables que me rodeen. La paz, la felicidad, la seguridad y el amor sólo pueden manifestarse de dentro hacia fuera. Como todo desarrollo es algo que nace en nuestro interior y que crece, y entonces inunda toda nuestra personalidad. Pero yo debo darle salida, debo impulsarle a crecer desde mi centro, si no, nada podrá producir este desarrollo.
Cuando la persona aprende a vivir esta conciencia de seguridad, de fuerza interior, de alegría, de positividad, apoyándose en sí misma, entonces descubre que los problemas que achacaba a los demás han perdido prácticamente toda su fuerza, que no le afecta que la otra persona sea así o asá, porque no se apoya en la otra persona, no depende de ella. No espera, no desea. Solamente confía en su evidencia interior, en su capacidad de ser y de expresar; porque ésta es la única base, el único fundamento de la realización humana.
Aprendamos a hacer esta transposición, dejemos de creer que el problema está en el exterior, que mis dificultades dependen de tal situación o tal persona. Es evidente que si las circunstancias fuesen mejores, yo, de un modo inmediato, me sentiría mejor. Pero, aun así, a la larga surgiría de nuevo el problema porque yo sigo siendo el mismo.
Lo único que puede dar la felicidad es el crecimiento interior, la actualización, el desarrollo de lo más profundo y auténtico, de la fuerza, de la inteligencia y del amor que nos hace vivir. Toda persona, aun en las circunstancias más desagradables, puede contactar con su plenitud y felicidad interiores. En cambio, todas las condiciones externas más favorables no pueden asegurar que uno vivirá con plenitud y felicidad. Esto es algo que merece profunda reflexión. Porque es evidente que si yo creo que mi descontento o mimalestar dependen de una persona o de una circunstancia externa, yo no me sentiré obligado a trabajar yo; estaré esperando que lo exterior cambie. Es sólo cuando me doy cuenta de que el problema depende de mí, que veré que si quiero solucionar este problema -y todos los problemas interiores-, no tengo otra alternativa que trabajar yo y llegar a ser yo por mí mismo.»
«Personalidad y niveles superiores de conciencia»
Antonio Blay Fontcuberta
Editorial Índigo (1991)
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