El servidor: —¡Oh, Reina, ten piedad de tu servidor!
La Reina: —Terminó ya la asamblea, y todos mis servidores se han ido. ¿Por qué vienes tan tarde?
El servidor: —Mi hora llega cuando la de los demás ha pasado. Dime qué trabajo ordenas al último de tus servidores.
La Reina: —¿Qué puedo ordenarte, si es tan tarde
El servidor: —Hazme jardinero de tu jardín.
La Reina: —¿Qué locura es ésta?
El servidor: —Renunciaré a cualquier otra tarea, abandonaré al polvo mis lanzas y mis espadas. No me envíes a lejanas cortes. No me pidas nuevas conquistas: hazme jardinero de tu jardín.
La Reina: —¿Y en qué consistirá tu servicio?
El servidor: —En llenar tus ocios. Conservaré fresca la hierba del sendero por donde vas cada mañana y donde, a cada paso tuyo, las flores deseosas de morir bendicen el pie que las pisa. Te meceré entre las ramas del septaparna mientras la luna, apenas levantada en la noche, intentará besar tu vestido a través de las hojas. Llenaré con aceite perfumado la lámpara que arde junto a tu lecho y adornaré tu escabel con maravillosas pinturas de azafrán y sándalo.
La Reina: —¿Y cuál será tu recompensa?
El servidor: —Que me des permiso para tener entre mis manos tus pequeños puños, que parecen capullos de loto, y para rodear tus brazos con cadenas de flores; que pueda teñir las plantas de tus pies con el zumo encarnado de los pétalos de ashoka, y recoger, con un beso, la mota de polvo que pueda posarse en ellos.
La Reina: —Tus ruegos han sido escuchados.
Serás el jardinero de mi jardín.

No hallo reposo.
Tengo sed de infinito.
Mi alma languideciente aspira a las misteriosas lejanías.
Gran Más Allá, ¡qué profunda es la llamada de tu flauta!
Olvido siempre, siempre, que no tengo alas para volar, que estoy eternamente atado a la tierra.
Mi alma es ardiente y huye el sueño; soy un extraño en un país extraño.
Tú murmuras a mi oído una esperanza imposible.
Mi corazón conoce tu voz como si fuera suya.
Gran Desconocido, ¡qué profunda es la llamada de tu flauta!
Olvido siempre, siempre, que ignoro el camino, que no poseo un caballo alado.
No puedo hallar descanso; soy un extraño para mi propio corazón.
En la soleada niebla de las horas lánguidas, ¡qué grandiosa visión de Ti aparece en el azul del cielo!
Gran Arcano, ¡qué profunda es la llamada de tu flauta!
Olvido siempre, siempre, que están cerradas todas las puertas de esta casa en la que vivo solo.

Rabindranath Tagore
El Jardinero

NOTA. La descarga y el acceso a cualquier contenido digital en la web de Betania está destinada únicamente a un uso personal y no comercial; su fin es el estudio, la investigación o el aprendizaje personal.